INVESTAL
La comparación es un reflejo de una herida no resuelta, más que un deseo auténtico de conexión. Para ayudarte a comprender por qué comparas tu vida empresarial con la de otros y cómo romper ese ciclo, vamos a abordarlo desde tres ángulos: emocional, evolutivo y lógico.
Cuando alguien presume (dinero, éxito, viajes, romances), tú no solo recibes información: inconscientemente la comparas contra tu propio mapa de valor. El problema no es la información, sino lo que haces con ella:
“¿Yo debería estar así?”
“¿Por qué no he llegado ahí?”
“¿Qué estoy haciendo mal?”
Esto no es envidia en su forma clásica, sino un intento desesperado del yo por calibrarse en un mundo jerárquico, donde vales según tu desempeño.
Desde una perspectiva biológica, los seres humanos desarrollamos estructuras cerebrales que identifican rápidamente dónde estamos parados en la jerarquía de un grupo. Eso tiene implicaciones de supervivencia:
“Quien sube, tiene acceso.
Quien baja, queda fuera del reparto.”
Aunque ya no vivimos en tribus que reparten alimento, nuestro cerebro sigue reaccionando como si lo hiciera, por eso duele cuando alguien “presume” algo. Se activa una alarma primitiva que dice: “Estás quedando abajo. ¡Haz algo!”. Pero no hay reparto real, solo ego digital.
Muchas ideas que aceptamos sin filtro son falacias, errores lógicos disfrazados de verdad.
En el caso de la comparativa empresarial, aplican dos:
– Seguir al rebaño (ad populum): “Todos están mostrando su éxito. Si yo no lo hago o no lo tengo, algo anda mal conmigo.”
– Causa cuestionable: “Como tienen pareja, casas, autos, éxito, entonces son más felices.” (Y tú sabes que no siempre es así).
La frase “Lo que tengo no me hace más. Lo que me falta no me hace menos.”, es más que una afirmación emocional: es una reprogramación estructural que toca la identidad, la forma de relacionarse y las decisiones financieras y profesionales.
Cuando entras en ambientes donde otros muestran logros, posesiones o estilo de vida, tu mente activa un escáner jerárquico:
“¿Estoy arriba o abajo?” “¿Estoy a la altura?” “¿Me están viendo como alguien que vale?”
Eso genera distracción emocional, necesidad de demostrar y, a veces, decisiones impulsivas para compensar.
Muchos emprendedores, se asocian en proyectos ambiciosos, no por sustento, sino porque los representan ante otros. La falta de este entendimiento te empuja a buscar validación externa a través del tamaño o prestigio de lo que haces.
Estan eligiendo visibilidad antes que bienestar.
Tu sistema emocional aún asocia escasez con insuficiencia. Entonces, si no tienes cierta cantidad de dinero, reconocimiento, resultados… tu mente no lo llama “proceso”, lo llama “fracaso oculto”.
Rompe con el modelo de: “valgo si tengo”, porque eso te va a permitir estar en cualquier habitación sin necesidad de competir. Tu presencia se vuelve más estable, menos reactiva. Dejas de leer el entorno como amenaza o juicio. Aprendes a estar ahí como participante, no como aspirante.
Podrás elegir proyectos que te sostienen, no que te adornan
Ya no necesitarás que suenen “grandes”, solo que sean buenos para ti. Eso cambia tu manera de seleccionar alianzas, clientes, ideas. Priorizarás el flujo, la coherencia, el respeto… antes que el impacto simbólico.
Libérate del miedo a no estar “a la altura”, la paz que produce saber que tu valor no fluctúa con tu cuenta bancaria o con tu último contrato es inmensa.
Desde ahí, negocias mejor, propones mejor y cobras sin culpa.
Tu ya estas completo, lo que te falta te complementa, no te completa, te suma, no te hace.